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Historias de la Depresión Momposina

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Aún adolescente intentaba el oficio de escribir, y Erasmo, mi tío paisa, me insistía en que optase por temas menos complicados que las intrigas de militares que me había dejado la reciente lectura de El otoño del patriarca. «Escribí sobre lo que conocés», me insistía cuando escuchaba en la mesa mis interminables anécdotas de la casa de mis abuelos en San Roque. Pero una cosa era hablarlo, y otra muy distinta, escribirlo. En alguna noche me fluyó una historia que me contó mi hermano Julio sobre su niñez que llevé a la máquina de escribir casi que textual. Erasmo esta vez asintió y me escribió en aquella hoja que aún conservo: «Has encontrado el ritmo, muchachito». No obstante, la fórmula mágica no era tan evidente. Sin la disciplina adecuada, y la segura decepción para Erasmo, fui abandonando mi sueño de escritor de literatura y apenas de manera esporádica y durante treinta años he estado produciendo una que otra historia. En alguna ocasión quise participar en una convocatoria y la recopilación de mis obras resultó en una inesperada antología de historias familiares sueltas, que dejaron entrever lo que Erasmo había planeado. La armé con fotos del álbum de los personajes en un PDF y la titulé Historia familiar. Me cabe la satisfacción que Erasmo la conoció y leyó mucho antes de morir. Este conjunto de historias sueltas, más otras de mi más reciente reencuentro con la tierra de mis abuelos, componen estos relatos que, sin mayor pretensión sociológica, representan ese particular tono y ya casi desaparecido acento de mi Depresión Momposina.