La autora alcanza en estas páginas una serenidad augusta, ratificación de una aptitud que sabe hacer muy suyos legados verbales tan diversos como tan puntuales. Los ecos de Rubén Darío y César Vallejo, de Pablo Neruda y Eliseo Diego, de Heberto Padilla y Enrique Lihn –y hasta algún instante cáustico de Roberto Bolaño– podrá encontrar el lector en estos poemas donde la añoranza de los días y el testimonio de su calado adquieren plenitud de nombradía en el ámbito de la lengua española en estas orillas.