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Ochenta ovejas antes de dormir

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Un pequeño niño insomne, que teme que el olvido sea su dueño, busca inmortalizarse a través de este poemario de ochentavas partes, siendo cada una fina oveja salta vallas; quizás aburrida, pero que le permite pensar en dormir. Ese niño imagina ángeles que no dejen morir sus etapas. Imagina rápido, y con la misma rapidez su corazón escapa a ser feliz o triste; reflexiona lento, pero se enamora otra vez, y, cómo otras veces, vuelve a arrepentirse.

Reflexiona tanto que lo hace complejo y no simple, ya que abstrae su vida como reflejo de su arte, y no al revés. A pesar de que se ancle a figuras familiares, lo que predomina son las figuras que no termina de entender, ya que su ser escapa a sus memorias de dolor; sus fallos no tienen esquema predeterminado, son rayones de tintas que le queman, pues la vida no es grafito y borrador. Su inmortalidad, si es que la obtiene, será una consecuencia de bucear en sí mismo. Pobre niño, que en su superficie tiene pretensiones nostálgicas de ser más que un poemario, pretensiones básicas de que ya no se formen lágrimas, y de ser más que algunas noches de una vida que quiere ser contada, así sea de forma tácita, y así sea un poco en vano.