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La jauría errante de los recuerdos

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El arte de la digresión caligráfica, sin duda, un acto de la alta burguesía. ¿Quién podría tener tiempo para escribir sus digresiones sin la tranquilidad de una renta fija? Ahora que vivo de ellas, puedo dedicarme a leer y escribir digresiones […] Y, a propósito de la digresión, de hoy en adelante en mi vocabulario, adoptaré el verbo disfuncionar. Pues una disfunción es cuando algo no hace su función correctamente, o sea que no cumple sus funciones específicas, y he decir que no encuentro en el diccionario un verbo con dicho propósito […] Si digo se me disfuncionó el pie, éste quizá funcione para caminar y correr, pero quizá ya no para dar cabriolas de adolescente. Si sigo con la misma lógica podría utilizarlo para todas las acepciones de las disfunciones del ser humano. Se me disfuncionó el amor, por ejemplo, no es que deje de amar, la función del acto amatorio continúa, pero alguna función ha cambiado, quizá siga amando a la persona, pero quizá no la deseo y deseo a otra, sin duda hay una disfunción no en el hecho de amar sino el hecho de a quien amo y deseo.

Para concluir me vienen estos últimos pensamientos:

¿Será que la digresión es un camino sin regreso?

¿Acaso en el sueño no dejamos al cerebro digredir a su gusto sin límites ni censura?

La ensoñación es el mejor escape del digresor. Si lo pienso de esa manera, ¿Boris no será el hijo de mis propias digresiones?

¿Será la digresión de mis digresiones?

¡Oh, Sísifo, libérame de las piedras de mis zapatos!