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Seis mujeres criminales

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Cuando los tratamientos cosméticos eran tabú y se llevaban en secreto, Madame Rachel abrió un salón de belleza en el Londres victoriano y aprovechó esta circunstancia para chantajear y estafar a sus clientas con una desfachatez increíble. Ella es la primera de las Seis mujeres criminales (1949) de las que Elizabeth Jenkins ofrece una documentada semblanza biográfica en esta recopilación aguda y sorprendente que abarca casos desde el siglo XIV hasta el XIX. Sus protagonistas llevaron al límite, siempre transgrediéndolo, las condiciones que se atribuían a una mujer en su época: Alice Perrers, amante de Eduardo III, rapaz usurpadora de tierras y hasta de joyas de la Corona; lady Ivie, falsificadora y pleiteadora incansable, «en el ámbito de la ley, más astuta que nadie», que llegó a legar en su testamento bienes que no le pertenecían; la condesa de Somerset, que consiguió con malas artes volver impotente a su marido para obtener la anulación de su matrimonio y casarse con el favorito del rey Jacobo I de Inglaterra; Jane Webb, líder ya en su adolescencia de una banda de ladrones callejeros que vaciaba los bolsillos de todo Londres en el siglo XVIII; y Florence Bravo y su dama de compañía, la señora Cox, envueltas en un caso de envenenamiento que escandalizó a la sociedad victoriana. Elizabeth Jenkins, aun señalando la codicia y el «olfato para las debilidades, los miedos y los deseos de una gran parte de la humanidad» de estas criminales, no puede dejar de sentir cierta simpatía por ellas: las sitúa adecuadamente en su contexto histórico, que compara frecuentemente con nuestra época, y revela su psicología en un intento de comprenderlas y explicar sus anomalías.