La transferencia de tecnología sigue siendo un punto trascendental en la relación norte-sur. En un mundo globalizado en donde se dice que el poder local carece de política y la política local de poder, se plantea que la solución de muchos de los problemas de los países en vías de desarrollo no dependen de las políticas ni de los políticos nacionales. También se menciona la pérdida de fe en la democracia (entendida esta como el mejor sistema de organización política creado por el hombre) ocasionada por la disminución de credibilidad en su sistema financiero (bailouts para conjurar la crisis del año 2007) y en el hecho de que China, alejada de un modelo democrático del poder, esté superando en indicadores económicos a los Estados Unidos. En el último decenio el pib de la primera supera con creces a los segundos.
En ese entorno de dudas en la democracia, pero a la vez en medio de la idea de la extensión de sus beneficios como sistema político, a muchos otros países del orbe con desarrollo económico bajo, medio o relativo, les surge la pregunta de cómo lograr transferencias de tecnologías del norte hacia el sur que contribuyan con su desarrollo económico y humano de sus gentes.En materia de cambio climático, por ejemplo, se observa que los países desarrollados deberían ser mucho más proclives a colaborar con el mundo en vías de desarrollo transfiriendo tecnologías innovadoras que sirvan para controlar o mitigar el efecto invernadero. En la famosa Declaración de Río de 1992 se sostiene que en razón a que han contribuido en distinta medida a la degradación del medio ambiente mundial, "los Estados tienen responsabilidades comunes pero diferenciadas" y es por esto que los países desarrollados han reconocido su responsabilidad en la búsqueda internacional del desarrollo sostenible, en vista de las presiones que sus sociedades ejercen en el medio ambiente mundial, y de las tecnologías y los recursos financieros de que disponen.