(0)

La muñequita

E-book


La muñequita. Juan Valera

Fragmento de la obra

La muñequita

Hace ya siglos que en una gran ciudad, capital de un reino, cuyo nombre no importa saber, vivía una pobre y honrada viuda que tenía una hija de quince abriles, hermosa como un Sol y cándida como una paloma.

La excelente madre se miraba en ella como en un espejo, y en su inocencia y beldad juzgaba poseer una joya riquísima que no hubiera trocado por todos los tesoros del mundo.

Muchos caballeros, jóvenes y libertinos, viendo a estas dos mujeres tan menesterosas, que apenas ganaban hilando para alimentarse, tuvieron la audacia de hacer interesadas e indignas proposiciones a la madre sobre su hermosa niña; pero ésta las rechazó siempre con aquella reposada entereza que convence y retrae mil veces más que una exagerada y vehemente indignación. Lo que es a la muchacha nadie se atrevía a decir los que suelen llamarse con razón atrevidos pensamientos. Su candor y su inocencia angelical tenían a raya a los más insolentes y desalmados. La buena viuda además estaba siempre hecha un Argos, velando sobre ella.

Aconteció, pues, que la fama de las rarísimas y altas calidades de la muchacha llegó a oídos del rey, el cual, como mozo y apasionado, quiso verla, y, habiéndola visto, se enamoró locamente. Su majestad se valió, según costumbre, de su primer chambelán o gentilhombre, persona muy discreta, sigilosa e insinuante, para que interviniese en este negocio y allanase obstáculos; pero toda la habilidad de aquel experimentado paraninfo y todo el mar de dinero en que prometía hacer nadar a la viuda y a su hija fueron a estrellarse contra la inaudita virtud de ambas, más firme que una roca. El ultimátum con que se terminaron tan importantes negociaciones estaba concebido y expresado en estos términos por la buena de la viuda: "Si S. M. quiere venir a mi casa con el cura, que venga cuando guste; mi hija tendrá a mucha honra ser la reina, su esposa; pero si S. M. piensa que ha de lograr algo de otra suerte, se equivoca muy mucho".