«Hace meses que miro una tela de araña en el techo de mi habitación. Como está muy alta, no puedo sacarla, fui viendo cómo crecía y cómo se iba ennegreciendo de a poco por el polvo, haciéndose más visible. A veces, para limpiarla, como no alcanzo, he llegado a atar el plumero a un escobillón. Esta vez no lo he hecho.»
La vida no para de insistir en una casa que ya cumplió más de cuarenta años. Las telas de araña forman tramas radiocéntricas entre los árboles y las plantas, y como un velo cubren un pasado que fue hermoso. La autora las observa y no quiere destruirlas.
Con predisposición poética y una forma de decir particular, María del Carmen Saravia se enriquece con la vida y sus pausas y escribe impresiones, recuerdos, sueños, biografías apócrifas a partir de una conversación con amigas, lugares comunes, las enfermedades y el paso del tiempo. El resultado es un conjunto de textos que, como las catenarias, van diseñando un dibujo que se arma a partir de su estructura natural y su propio peso.