Las últimas décadas han estado marcadas por un constante y acelerado dinamismo que ejerce una notable presión en el desempeño competitivo de las empresas. Temas tan diversos como la economía, la cultura, la tecnología, la educación y el desarrollo científico, las comunicaciones, entre otros, han determinado comportamientos en las sociedades y particularmente en las organizaciones, no concebidos con anterioridad. En este sentido las instituciones son mucho más influenciadas por el ambiente, pero también inciden más sobre él; un ejemplo de esta situación se observa en la cada vez más marcada, sociedad en red, donde las entidades son una empresa centrada en redes (network-centric Enterprise, como las llaman Buhman et al., 2005).