Los nuevos hábitos de vivir y trabajar generan un presente en constante mutación y un futuro cada vez más incierto. Esta dinámica nos sugiere que dejemos de concebir las viviendas como un producto acabado y cerrado, preparado para satisfacer usos específicos ineludibles. Los formatos familiares y modelos de convivencia son cada vez más variados y complejos, cambiando de estado con creciente rapidez, al tiempo que las nuevas tecnologías extendidas con el salto de siglo siguen modificando nuestros hábitos laborales y cotidianos. Para dar una respuesta arquitectónica a estas nuevas circunstancias, urge modificar el modo en que planificamos una nueva vivienda, pasando a considerar no sólo el proyecto y la obra, sino también su posterior uso como un proceso en continua redefinición y transformación, un escenario abierto a evolucionar en paralelo a sus moradores, invitándoles a una apropiación creativa y variable de su hábitat que les ligue a su entorno, tejiendo ciudad y vertebrando sociedad. Los tiempos actuales demandan una vivienda que renuncie a estar al servicio del rendimiento económico o las modas arquitectónicas, liberada de una normativa inmovilizada en criterios cada vez más obsoletos. Una vivienda situada al servicio de sus ocupantes, abierta al futuro en vez de anclada al pasado, y concebida, de nuevo, como si el habitante importara.