La cultura europea en su conjunto, y muy especialmente la jurídica, tiene una deuda impagable con el siglo xviii y con ese movimiento liberador del pensamiento que se dio en llamar el Iluminismo o la Ilustración. A ese movimiento, y a ese tiempo, debemos las bases de la única revolución que, de verdad, transformó Occidente, las bases de nuestra cultura y el propio concepto del hombre. La declaración de los derechos humanos, la lucha contra el oscurantismo y los prejuicios, la demolición de los privilegios y el establecimiento del Estado moderno con separación de poderes fueron consecuencias de este tiempo nuevo. No obstante, ¿cómo fue posible que esta nueva realidad se produjera? ¿Qué llevó y quién hizo posible esta revolución del pensamiento que, posteriormente, precipitaría la Revolución francesa? Pocas dudas existen acerca de que nada surge de la nada y la Ilustración no fue una excepción. La realidad social e intelectual de los siglos anteriores desencadenó este fenómeno intelectual que, sobre todo, fue una reacción a una situación, que se volvía intolerable. Durante los siglos xvi y xvii, Europa estuvo inmersa en la llamada Guerra de los Treinta Años, que, en realidad, no era otra cosa que una guerra de religión entre los partidarios de la Reforma y la Contrarreforma dentro del entonces poderoso Sacro Imperio Romano Germánico. No obstante, y fruto de estaguerra fratricida, poco a poco y a la luz de sus propios intereses y causas, no siempre estrictamente religiosas, otras potencias europeas —Dinamarca, Suecia y Francia, fundamentalmente— intervinieron en esta, convirtiendo buena parte de Europa en un campo de muerte y destrucción. Esta situación tuvo como consecuencia algo que no sería olvidado con facilidad en los siglos posteriores: hambrunas y plagas de enfermedades a causa de la
devastación generada por los ejércitos. Terminada la guerra con la llamada Paz de Westfalia —dos tratados firmados por las potencias intervinientes en el conflicto en 1648—, la situación comenzó a mejorar, pero el horror de la desigualdad, la injusticia, la miseria y el hambre quedó grabado en el subconsciente europeo. Junto con esta realidad social, la realidad intelectual no era menos terrible. El llamado misticismo, esto es, la inspiración individual a través de la verdad revelada por un ser divino superior, era considerado la fuente, no solo principal, sino única de conocimiento.