Estamos de acuerdo, la pandemia ya pasó, ya la sufrimos, la peleamos y hasta es posible que la hayamos vencido, de momento. Como sucede con los malos recuerdos todos queremos olvidarlos pronto y comenzar una nueva etapa. Los editores ya no quieren más textos en los que figure la palabra pandemia. La gente ya no compra sombras y temores. Estamos al otro lado del túnel. Es hora de recuperar los proyectos que quedaron inconclusos, de mirar con sosiego el futuro, de alegrarnos por nuestra capacidad de resiliencia.
De todas formas, un borrado total de la experiencia vivida resulta imposible. Una cosa es no mantenerse en el quejido permanente y otra, bien diferente, olvidarse de la experiencia ocultándola en un paréntesis entre el antes y el después. ¿No sería eso contradictorio con la relevancia que la nueva pedagogía pretende dar a la reflexión, a la toma en consideración del contexto, a la importancia de formarse y conocer para hacerse competente en gestionar nuestra propia vida y el bienestar común?
En la Educación Superior todos (profesores, estudiantes y personal de administración y servicios) hemos vivido intensamente estos años de incertidumbre y contingencia. Nos pusimos el traje de supervivientes e hicimos lo que pudimos y sabíamos hacer. Pas mal! Luego el panorama mejoró, recuperamos el ánimo y volvimos al espíritu de siempre. Y, mal que nos pese, a los temas de siempre: la calidad, el aprendizaje, la evaluación.
La docencia y la profesión docente se mueven siempre en torno a unos ejes que son permanentes: ¿cómo convertimos lo que hacemos y lo que nos pasa en experiencia reflexionada (conversada, como señala uno de los autores de este libro)? ¿Cómo acompañamos a nuestros estudiantes en su proceso formativo tanto en el grado como en el postgrado? ¿Cómo le hacemos para convertir las experiencias académicas, suyas y nuestras, en conocimiento y el conocimiento en compromiso?
De eso va este libro: una reflexión a varias manos sobre la Educación Superior en estos tiempos complejos y ricos que nos ha tocado vivir.