Pilar es alguien completamente fuera de toda clasificación. Una rara avis en un mundo chileno que tose cuando ella habla, y tras las servilletas, la condena. Un mundo de parientes, tíos, patriarcas, frases hechas, efemérides, familias llenas de niños, parientes y cosas inmutables, que no deben ser derrocadas jamás.
Pilar es lo contrario de lo que se espera de ella. Una francotiradora a la que le duele su mundo sin paisaje, el mundo de los inadaptados. Una mujer que piensa demasiado y siente en su interior pasar las estaciones, el tiempo… y a ella misma. Sobre su piel se suceden el cansancio de las primaveras excesivas, el descubrimiento de los otoños, el silencio de los inviernos.
Con una diferencia gloriosa: Pilar vive con intensidad este proceso. Hasta ahora ella ha ido por el riel marcado por el comme il faut. Se ha casado con un hombre "que tiene una profesión agradable: es arquitecto"; tiene "una casa en el barrio alto, un automóvil blanco" y un marido "alto, delgado como una caña de pescar", que presenta el síndrome del "distanciamiento progresivo".
Pero un día, se encuentra con alguien que cambiará las aburridas coordenadas de su espacio. Y Pilar es capaz de frenar en seco su vida programada hasta la muerte y de caminar fuera de los márgenes: se enamora de un hombre imposible y está casada con un hombre cotidiano. Y en este terrible galopar sobre dos caballos, Pilar intenta algo épico: tener conciencia de su propia muerte y dejar algo tras sí.
La generación de las hojas no es una historia de amor. Es una historia del célebre y ominoso proceso del amor visto desde alguien que no se cuenta cuentos y que tiene conciencia del ácido e insobornable transcurso hacia la muerte.
Ana María del Río