Aunque este libro opera como un espejo, que permite a cada docente verse en su relación con la disciplina que enseña, Nimier, como buen terapeuta, no deja a los docentes abrumados con el descubrimiento de una imagen que en nada se parece al ideal que los sostenía; por el contrario, los obliga a enfrentar esa imagen real, demostrándoles que es más fácil transformarla, asumiéndola en un trabajo terapéutico grupal o individual, que vivir negándola al no poder renunciar a un yo ideal esclavizante. Muchos docentes al leer este libro encontrarán que el campo de su formación no se limita a un mejor dominio de la disciplina que enseñan, o de los métodos pedagógicos. La transmisión o la enseñanza que el docente hace a sus alumnos está marcada por su personalidad. Por ello es importante que el profesor sea consciente de lo que pretende hacer con sus alumnos cuando les aporta sus conocimientos; no de lo que cree que pretende, de lo que siempre ha creído y se ha dicho a sí mismo, sino de lo que, sin él mismo saberlo, trata inconscientemente de lograr a través de la relación con el otro.
La formación de los docentes en las facultades de educación y la formación de los profesores universitarios -quienes desde el dominio de su disciplina
pasan a la docencia sin preparación previa, ni acompañamiento- debe tomar en cuenta los planteamientos de Nimier, y para ello es preciso que los mismos docentes empiecen a exigirlo.