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Del horror a la esperanza

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Aquella fatídica mañana ninguno de los profesores congregados, que ya se agrupaban en dos bandos irreconciliables, logró advertir —cuando algunos llegaban a los puños, entre los gritos y el repicar de la lluvia—, el ruido de los bototos, que a toda carrera repicaban por la escala, ni el empujón a la puerta por la que ingresaron los uniformados con carabinas en ristre. Tampoco lograron intuir que, desde ese momento, sus vidas sufrirían un vuelco fatídico y cruel. Sólo Lenin Galdámez, presidente del Colegio de Profesores, quien recordaba lo padecido por su padre, décadas atrás, a raíz de la Ley de defensa de la democracia, fue el único en adivinar lo que vendría.

Galdámez tampoco imaginó que luego de permanecer prisionero por dos años en Isla Dawson, y tras su liberación, las escuelas estarían cerradas para él, ni que desconocidos lo acosarían al extremo de obligarlo a escapar junto con su esposa e hijo a la localidad de Tutelu, en su tierra natal. En aquel lugar idílico recuperarían la paz y las ganas de vivir, hasta que Lenin se reencontró con Eugenio, amigo de infancia quien, también apresado y torturado, se había consagrado por entero a la lucha clandestina contra el régimen.

A partir de ese momento, y luego de un apresurado retorno a Santiago, Galdámez se precipitará en la vorágine de un país en dictadura, particularmente peligroso para él por su activa participación en movimientos clandestinos dispuestos a darlo todo en esta lucha. De esta manera la intriga, la sospecha, el temor, la traición, el horror, la pasión, la esperanza y también el amor serán parte constitutiva de su intensa y arriesgada vida.