¿Qué hay entre estas Hojas incendiarias, en los treinta y tres relatos y cuentos de intriga, ciencia ficción, psicológicos, realistas o de aventuras que lo componen?
Tanto a través de unos pocos renglones, en los más breves, cómo página tras página, en los de mayor extensión, descubriremos risas y lágrimas, delicias y enojos, luz y oscuridad pero con un denominador común detrás: pura vida. Vida contemplada desde diferentes ángulos, con protagonistas muy distintos entre sí y que se ubican en lugares tan dispares como una habitación de hospital, el cadalso adonde el reo será ahorcado o el cajero automático refugio nocturno de vagabundos. De esta manera, acompañaremos a un hombre radio anunciando en voz alta la visita de Franco como si escuchásemos el informativo de la época, o a la esposa que reflexiona frente al marido moribundo y a la condena que fue vivir juntos. Reviviremos la historia (completamente verídica) del Padre Juan Crisóstomo de Sanvítores, o las celebraciones matrimoniales de una niña obligada a casarse con once años. Entraremos dentro de los pensamientos contradictorios y más íntimos de un escritor que lucha entre el vaho del whisky y las teclas de su Olivetti.
Veremos caminar a los colonos del planeta Nueva Tierra hacia el edificio principal, a una madre cuya única preocupación es dar de mamar a su bebe y nos sorprenderá el cuento sobre los prósperos negocios de tres narco-hermanos. Escucharemos el grito del soldado republicano que mira de frente a sus asesinos, nos desconcertarán los gustos del joven cuyos hemisferios cerebrales están cortocircuitados, o el argumento de la novela sobre el vuelo del ingenio de Leonardo da Vinci. Sentiremos asco del psicópata que efectúa la declaración de sus crímenes, o sentiremos el odio y envidia eterna de dos compañeros de trabajo obligados a soportarse.
En suma, mundos y protagonistas que se convierten en reales y cercanos, en vibrantes y atractivos.