La relación entre los conflictos internos y el sistema internacional ha sido objeto de numerosos análisis. Para empezar, existe un volumen importante de literatura en el que se ha puesto en evidencia el papel que juegan los Estados y las organizaciones internacionales en la duración y la eventual resolución de las guerras civiles. Sin embargo, estos análisis han ignorado en la práctica la compleja relación que tiene lugar entre la participación internacional y los escenarios internos donde tienen lugar los conflictos. De hecho, la utilización constante del término intervención supone de forma implícita que la mayoría de las veces son los actores internacionales quienes deciden participar en estos conflictos, mientras que los actores locales son receptores pasivos.1 Otras líneas de investigación han analizado el efecto de "contagio" o "propagación" que los conflictos internos ejercen sobre sus vecinos, pero no han logrado ofrecer argumentos contundentes sobre la forma exacta en la que el sistema internacional limita y le da forma a este efecto de "difusión".2 Además, y como en el caso de las teorías sobre la intervención, estas aproximaciones no le reconocen ningún tipo de agencia o poder a las partes implicadas en el conflicto a nivel nacional. Por último, otra parte de la literatura indica que las guerras civiles pueden sacar a la luz la vulnerabilidad de los Estados y, por tanto, invitar a otros países a realizar ataques oportunistas contra el Estado que sufre un conflicto interno.