Centinela

Historia de la Iglesia es un libro que intenta ser algo asĂ­ como el diario o la crĂłnica de un largo y apasionante viaje que comenzĂł con JesĂșs de Nazaret, en Galilea, cuando Él invitĂł a algunos hombres y mujeres a seguirlo, a ponerse en marcha. Desde entonces ha ido incorporando a numerosos viajeros a lo largo del tiempo y del espacio. Pero es un viaje que comenzĂł, que sabe cuĂĄl es su meta y que hasta ahora no se ha detenido. Creo que la metĂĄfora del viaje se aplica perfectamente al contenido del que nos ocupamos en el texto, que es la Historia de la Iglesia. Como en todo viaje, y en especial uno tan extenso y que involucra a tantas personas, lugares y circunstancias, tambiĂ©n hay mucho para contar. MuchĂ­simo. Y nunca, por mĂĄs minucioso que sea, ningĂșn relato puede abarcarlo todo. Tampoco este. Es solo un primer intento de dar a conocer algunas de las vicisitudes y vivencias propias y ajenas: las que personalmente protagonizamos, las que nos contaron, aquellas cuyos testimonios hemos visto, las que nadie nos contĂł pero se han conservado en la memoria colectiva, las que escuchamos contar que otros contaron
 He intentado atenerme a los criterios cientĂ­ficos de mi disciplina y mantener una visiĂłn de conjunto, lo mĂĄs objetiva e imparcial posible. Pero tampoco he podido prescindir de algo de pasiĂłn, porque la historia es, antes que nada, vida, vida de hombres y mujeres como nosotros, y la vida siempre apasiona. Y, como soy creyente, para mi la historia de la Iglesia es, ademĂĄs, el lugar por excelencia para experimentar la vida y la acciĂłn de Dios en medio de su pueblo. En la vida humana, en la vida de las personas, de las comunidades, del mundo, Dios se revela, se nos hace cercano, nos habla, nos invita a vivir en Él. Eso me fascina, me entusiasma y me conmueve; y puede hacer que, en algunos momentos, mi propia subjetividad se haya colado al texto. El lector comprenderĂĄ apenas comience a andar por las pĂĄginas que en este, como en todo viaje, se han producido cambios, contratiempos y auxilios. En algunas Ă©pocas se marchaba a pie, en otras a caballo, en automĂłvil, en barco o en aviĂłn y sabemos que todos esos medios son buenos y Ăștiles, llevan felizmente a destino en el plazo estimado; pero tambiĂ©n sabemos que a veces los pies se ampollan, las cabalgaduras se cansan, los automĂłviles recalientan, el mar se embravece y dificulta la navegaciĂłn, las tormentas retrasan los vuelos. Todo eso ha sucedido a lo largo de esta travesĂ­a de 2000 años que es la historia de la Iglesia. Pero lo importante es que, aunque haya habido que demorar o cambiar el medio de transporte, el viaje continĂșa.