En este cuaderno, el autor comparte las cuatro características que, desde su punto de vista, deben estar presentes en los espacios de formación y reflexión docente y deben animar el rol docente en una universidad jesuita hoy:
(1) Ser mistagogos por su experiencia de vida —creyentes o no creyentes—; que muevan y atraigan hacia aquello que da sentido a lo que hacen, que puedan trasmitir pasión por el conocimiento y por el bien que ese conocimiento puede hacer; que ofrezcan sentido para comprometer la vida.
(2) Ser amigos de los pobres. O al menos tener y suscitar alguna sensibilidad por los más desvalidos y oprimidos.
(3) Ser testigo, es decir, poner el amor más en las obras que en las palabras.
Y (4) saber evaluar y autoevaluarse, ser autocrítico. En este contexto el profesor está llamado a ser un pedagogo, alguien que educa, es decir, que saca lo mejor de sí (exdúcere) y que conduce hacia el conocimiento (educare), y un mistagogo, alguien que hace gustar lo que lo alienta y anima, alguien que incita y suscita el deseo por algo más. Una reflexión útil en los tiempos actuales.