"Maigret revivía las sensaciones de antaño: el frío, el escozor en los ojos, la punta de los dedos helada, el regusto del café. Y después, al entrar en la iglesia, una vaharada de calor, de luz tenue; el olor de los cirios, del incienso…". La última vez que Maigret visitó Saint-Fiacre, el pueblo en que nació, fue para asistir al funeral de su padre, que trabajó durante treinta años como administrador del castillo de los condes de la región. Ahora una carta anónima anuncia que se cometerá un crimen durante la misa del Día de Difuntos, y el comisario debe regresar a sus orígenes para evitarlo. Al terminar la misa un feligrés ha muerto, como se había anunciado: Maigret, a pesar de haber estado presente y atento, no ha visto absolutamente nada que le permita saber quién o quiénes han cometido el crimen. El mítico inspector del gran maestro de la novela negra tendrá que recurrir a su sagacidad y psicología para resolver este nuevo caso que lo obliga a volver a su patria chica y amenaza sus tiernos recuerdos de infancia.
"Pocas cosas hay más placenteras que abrir una novela de Simenon en un viaje en tren o en una fría noche de invierno".
Pedro García Cuartango, "ABC"
"A Simenon hay que volver siempre, sobre todo por sus personajes. Hay mucho Balzac en Simenon. Su escritura brilla como una supernova en las descripciones de la naturaleza, algo con frecuencia tedioso en muchas novelas. En él, la combinación de brevedad, imaginación y palabras justas nos produce genuino asombro. Las novelas de Simenon, con el estilo de Simenon, son de las experiencias literarias más envolventes y accesibles que imaginarse pueda".
Sanz Irles, "Málaga Hoy"
"Simenon excava en las miserias de hombres y mujeres y nos muestra el punto justo de sordidez".
Jordi Nopca, "Ara"