Los jĂłvenes alientos rechazaron- en tarde tibia plomada de sol-, las agresiones torpes y asesinas. El dĂa fue creciendo entre viejas adormideras vespertinas. CambiĂł la risa espontĂĄnea con que la vida premia a los indomables. Se trocĂł en rictus. Trastocaron las palabras en ayes. La ciudad rota se eclipsĂł de repente. EnmudeciĂł este dĂa.