A la figura del río, imagen de viaje o de cambio, de misterio o autoconocimiento, Luis Do Santos le incorpora en El zambullidor el hechizo ominoso de los fantasmas que viven bajo las aguas y que, dos por tres, asoman por las orillas.
En esta novela de construcción ágil y precisa atravesada por siestas y velorios, por animales rastreros y ritos pueblerinos, el inexorable paso del tiempo encuentra su sustrato y su contracara. Con El zambullidor, Luis Do Santos, construye una pieza narrativa de particular extrañeza, que subraya su condición única dentro de las letras uruguayas, al tiempo que se posiciona como uno de los secretos mejor guardados de esa entelequia llamada «el interior profundo» –de Salto, para más señas– que se empeña en dar a luz, de vez en cuando y para disfrute de quienes leemos, grandes libros y grandes escritores.