Oscar Wilde destacaba en Humillados y ofendidos (1861), la primera novela larga de Fiódor M. Dostoeivski, «la nota de sentimiento personal, la realidad áspera de la experiencia auténtica». El narrador de la novela es, como el propio Dostoievski, un escritor cuya primera obra le ha valido reconocimiento, pero que, poco amigo de la sociedad y de la adulación, parece incapaz de proseguir su carrera. Está enfermo y ha aceptado, además, la pérdida del amor: Natasha, la joven a la que amaba, se ha fugado con Aliosha, hijo del príncipe Válkovski, contra la voluntad de los padres de ambos. El padre de Aliosha, un hombre maquiavélico y cruel, quiere casarlo con una rica heredera, y no permitirá que nadie arruine sus planes; el padre de Natasha, que, por ende, tiene un pleito con el príncipe, cree que su hija ha llevado el oprobio a su familia y la maldice. Un personaje más se une a esta galería de seres proscritos, de «almas nobles» que se alzan –en una lucha compleja y de resultado incierto– contra la humillación: una niña huérfana a quien el narrador rescata de la explotación de una alcahueta.
Nietzsche decía que Dostoievski era «el único psicólogo del que tenía que aprender algo» y en esta novela –en una nueva traducción de Fernando Otero y José Ignacio López Fernández– asistimos en verdad a un insólito y sorprendente análisis de los recovecos de la bondad y el perdón, de la soberbia y la maldad.
Juan
25/7/2024
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