Una soleada mañana de enero de 1833, por uno de los canales al sur de la Tierra del Fuego un buque inglés navega junto a un bote más pequeño. Los nativos de la zona, mediante gritos y humo, rápidamente se comunican entre sí la novedad y comienzan a aparecer decenas de canoas con cientos de ellos para observar la extraña aparición. Curiosos y amigables la mayoría, algo agresivos otros, observan el bote más pequeño que acerca a la orilla a tres fueguinos (dos varones y una mujer) que regresan a su tierra luego de haber pasado casi un año en Londres. Para sorpresa de los compatriotas que los reciben casi desnudos, estos tres visten ropa europea, tienen el cabello cortado, hablan inglés y traen consigo juegos de té de porcelana, ropa blanca de cama, sombreros y vestidos.
Esta singular escena es solo una pequeña parte de una historia más extensa que estaba destinada al olvido en el tiempo y en el inhóspito extremo suramericano si no fuera porque ocupa extensos pasajes de los diarios de viaje de los dos protagonistas ingleses de la misma historia: el capitán de la expedición Robert Fitz Roy y el naturalista de a bordo y, con el tiempo, uno de los científicos más influyentes del mundo moderno, Charles Darwin. Pero además de esos testimonios directos, a lo largo de casi dos siglos se ha instalado una versión más o menos estándar repetida una y otra vez con una cantidad de supuestos y errores que merecen ser revisados y reevaluados. Reconstruir esta historia y, sobre todo, revisarla críticamente, es el objetivo de este libro.