Esta obra, considerada una de las más poderosas denuncias contra la pena de muerte en la literatura, relata en forma de diario los pensamientos y emociones de un hombre condenado a la guillotina. A través de su voz íntima, se sigue el transcurso de sus últimos días, desde el instante en que recibe la sentencia hasta las horas finales, mientras permanece encerrado en una celda lúgubre. No hay grandes descripciones físicas ni largas presentaciones; el protagonista, sin nombre, se convierte en un símbolo universal, y las pocas figuras que lo rodean —guardias, sacerdotes, visitantes ocasionales— adquieren fuerza por la manera en que influyen en su estado emocional y mental.
La inspiración de Victor Hugo provino de hechos reales ocurridos en la Francia posterior a la Revolución, un periodo en el que la guillotina se convirtió en instrumento habitual de castigo. Víctor Hugo escribió El último día de un condenado a muerte en 1829, pero su oposición a la pena capital era anterior. Fue durante su estancia en España cuando el escritor francés la conoció por primera vez, en forma de una ejecución por garrote vil. Después, de regreso en París, presenciará ejecuciones públicas en la Place de Grève. Sin embargo, el desencadenante para la escritura de esta obra fue la ejecución de Louis Ulbach, un joven acusado de asesinar a su amante. Hugo conoció estos hechos por la prensa abolicionista de la pena de muerte y sintió la necesidad de escribir en contra de ella. El autor, ferviente opositor de la pena capital, utilizó su talento narrativo para plasmar no solo la angustia del reo, sino también la brutalidad y frialdad de un sistema judicial que priva de humanidad a quienes caen bajo su poder.
El relato es, en esencia, un alegato moral y político que cuestiona la justicia retributiva y apela a la empatía del lector. Su relevancia radica en que, más allá del contexto histórico, aborda un tema universal: la dignidad humana frente a la muerte impuesta por el Estado. La obra influyó notablemente en el pensamiento abolicionista europeo del siglo XIX y sigue siendo un texto de referencia en debates contemporáneos sobre derechos humanos.
Su estilo sobrio y directo, unido a la intensidad emocional que transmite, ha asegurado su lugar como un clásico de la literatura francesa, recordando que la verdadera justicia no puede basarse en la aniquilación de la vida.