Leída en perspectiva histórica, la suerte corrida por Lucien Lévy-Bruhl debería ser causa de perplejidad. Figura central en su tiempo –de la filosofía primero y de la etnología después– devino con el tiempoen una presencia fantasmagórica, a mitad de camino entre la insignificancia y el ridículo. Acusado de “etnocentrista”, “racista”, “evolucionista”, Lévy-Bruhl parece servir, más que para ninguna otra cosa, para ser refutado.
Los Cuadernossuponen un esfuerzo de autocrítica, de honestidad intelectual y de reflexividad teórico-metodológica que, ante la multiplicaciónde las críticas, podría verse tentado a refugiarseen una persuasión inconmovible respectodel valor de sus hallazgos pasados. El fin de losCuadernoses precisamente la “puesta al día” de un conjunto de ideas o de fórmulas presentes en sus obras precedentes a la luz la evolución general de su propio pensamiento y de las objeciones que le han hecho, y que reconoce como fundadas, con el objeto de volver sobre sus errores (que busca enmendar), sus ambigüedades y oscuridades (que busca aclarar) y los numerosos errores de interpretación (que busca corregir).