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Arcoíris: de artes y artistas

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Los primeros cuadros de los que me enamoré, no encuentro otra expresión, fueron los del pintor holandés Jan Van Vermeer de Delft, La callejuela, el cuadro de La lechera o de la Muchacha con turbante azul fueron los inquilinos o personajes de un primer texto escrito y perdido sobre pintura. Vermeer me llevó a Peter de Hooch y a Nicolas Maes. Cuando descubrí que Vermeer era uno de los pintores puestos en escena por Marcel Proust y que Charles Swann, uno de los personajes de En busca del tiempo perdido, se desveló muchos años tratando de hacer un estudio sobre este pintor, sentí el estremecimiento de una afinidad y una confirmación estética, en el sentido ritual de la expresión. Esa misma impresión de confirmación la tuve al leer, en el ensayo de Juan García Ponce titulado "De la pintura", la asociación que hace entre las pinturas sobre las cuevas de Lascaux y la pintura de Pablo Picasso, presentes en este libro. Entre mis lecturas de infancia y adolescencia estuvieron Dioses, tumbas y sabios, de C. W. Ceram, las guías e historia del arte de Jakob Burckhardt, Walter Pater, Arnold Hauser, Peter Burke, E. H. Gombrich, Juan de la Encina y –gran "novedad"– Dora Vallier, cuyo manual sobre el arte abstracto (L'Art abstrait, 1967) fue para mí durante muchos años una guía que me acompañó a los museos, que luego vinieron a sustituir los escritos sobre arte de Guillaume Apollinaire, André Breton, André Malraux y Susan Sontag. El libro de Paul Valéry, Introducción al método de Leonardo da Vinci, lo leí y estudié gracias a las citas reiteradas que hacía de él Salvador Elizondo, otra figura presente al margen de estas páginas.

Adolfo Castañón