En el encabalgamiento entre la conclusión del siglo xviii y el comienzo del siglo xix la América Española vivió dos procesos simultáneos que son decisivos en su historia: el surgimiento accidentado y difícil del pensamiento "moderno", de la ciencia, del racionalismo, de un lado, y del otro,
su separación de España y el inicio de su vida independiente, esto último a través de una revolución política e ideológica que fue avasalladora y que trajo consigo una cruenta guerra.
En esta encrucijada, Francisco José de Caldas fue un testigo de excepción y un protagonista.
Desde los confines de una provincia perdida de las colonias españolas, la Nueva Granada, tuvo la pretensión de hacer ciencia, relevante para su época, rigurosa, sin concesiones. Ese fue su desafío vital más genuino y lo vivió como una aventura. Su tenaz batalla contra el aislamiento, que lo
sometió a precariedades sin límite, constituye una metáfora conmovedora de un drama que está lejos de desaparecer: la del intelectual de un país periférico que pretende construir un pensamiento significativo sin perder sus raíces. Caldas pagó un precio elevadísimo por esta condición periférica y su parábola nos hace pensar si para el intelectual latinoamericano de nuestros días ha disminuido el peso de este tributo.