"Hacer política –decía Lenin hace ahora cien años– es andar entre precipicios". En el mundo vertiginoso del 1%, del calentamiento global y de los campos de refugiados, la política vuelve a ser un ámbito en movimiento, en la calle sin rumbo y en las instituciones sin compromiso. La perplejidad política abre paso a la desdemocratización y anuncia nuevas formas de autoritarismo. Ya hay un norte en el Sur y un sur en cada Norte. La globalización neoliberal, hecha para las empresas multinacionales, desafía a los Estados nacionales. Las minorías se encuentran en la aldea global y las mayorías se desencuentran.
Hobbes escogió la imagen del Leviatán, un bíblico dragón marino, para representar y celebrar en el siglo XVII los Estados absolutistas. Hoy, tras el paréntesis fugaz de los Estados sociales, convivimos con un nuevo monstruo, el neoliberalismo, no menos feroz bajo sus ropajes democráticos. La economía de mercado construye una implacable sociedad de mercado y nos regresa a un mundo de violencia y exclusión propio de otras épocas.
¿Y el Estado? Los cambios estructurales que muestra el siglo XXI parecieron acorralarlo, cuando solo con el Estado puede recuperarse el compromiso con las mayorías en nuestros países, con las generaciones futuras y con un orden global diferente al de la guerra. Ahí es donde se entiende la necesidad de re-fundar la Unión Europea y la UNASUR, o de reinventar Naciones Unidas. Sin poder político no hay esperanza. Pero el poder político, al tiempo que es solución, también es parte del problema. "No esperéis demasiado del fin del mundo", decía Stanisław J. Lec. En este pesimismo esperanzado, no se puede olvidar que, debajo de los disfraces del Leviatán, siempre está la realidad implacable de un monstruo. Y, en las relaciones con los monstruos, los más débiles siempre son su alimento.