En los años 30 en Cali empezó una verdadera carrera urbanizadora más allá de sus viejos límites, al tiempo que se realizaban una serie de obras importantes para la celebración de sus cuatrocientos años. El tratado de nuevas avenidas, la construcción de un bosque municipal, la configuración definitiva de los espacios alrededor del río, la arborización de las calles, la construcción de monumentos, la restauración de la Torre Mudéjar, la construcción de escuelas, hospicios, etc., fueron entre muchas, las tareas adelantadas o al menos propuestas, en 1936.
La arquitectura residencial y de muchos edificios públicos obedeció a un gusto que se inclinó por algunas premisas funcionales modernas (en la organización no-tipológica de los espacios), compositivas (como la descomposición del volumen), urbanas (casas aisladas en medio de jardines) y técnicas de la arquitectura moderna, pero incorporando techos de teja, columnas y dinteles en piedra, arcadas, balcones y porches, cuidadosa cerrajería, elaborada carpintería, acabados rugosos en paredes, etc. Para muchos, la arquitectura residencial de estos años y el urbanismo que lo acompañó, constituyó la más amable imagen de la ciudad pues fueron sensibles a la topografía, al paisaje y el clima de Cali: cuando los barrios incluyeron calles arborizadas, patios y antejardines, y el trazado vial según los caprichos de la geografía. La demanda de este tipo de arquitectura y su relación con la naturaleza fué tan intensa que se mantuvo hasta bien entrados los años 50, obligando incluso a los más radicales promotores de la arquitectura moderna a realizar proyectos de este tipo. En Cali todas estas arquitecturas suelen ser conocidas hoy como estilo español californiano, una de las versiones del amplio movimiento que constituyeron las arquitecturas neo-coloniales que se manifestaron, con variaciones formales distintas referencias, desde Argentina y Chile hasta California y Florida, en Estados Unidos. Verdadera alternativa al eclecticismo académico europeo, nacida de un espíritu americanista que recorrió toda Latinoamérica, las arquitecturas neocoloniales fueron un campo de creación intenso, de interpretación de las peculiaridades regionales (culturales y materiales, técnicas y ambientales) y durante un muy buen tiempo, trascendieron su contexto de origen y se convirtieron en una opción distinta la arquitectura internacionalista del Movimiento Moderno, pues respondían a expectativas de tipo cultural-regional a las que esté, en un principio, no proveía respuestas.