"La tienda de antigüedades" de Charles Dickens arranca en un Londres nocturno donde la joven Nell Trent vive con su abuelo en una tienda repleta de armaduras, cachivaches y recuerdos que parecen murmurar historias. El anciano, consumido por un secreto afán de asegurar el porvenir de su nieta, se endeuda con el siniestro Daniel Quilp, un prestamista enano cuya crueldad y astucia desencadenan la catástrofe. Cuando la trampa de Quilp se cierra, abuelo y nieta huyen a pie por caminos, ferias y pueblos, en una travesía que alterna esperanza y miseria: conocerán titiriteros, una caravana de figuras de cera, hospitalidad inesperada y también la mirada fría de la ciudad industrial.
En paralelo, el leal Kit Nubbles, muchacho de buen corazón, intenta proteger a Nell, pero queda atrapado en intrigas urdidas por el abogado Sampson Brass y su implacable hermana Sally. Entre las sombras aparece Dick Swiveller, un ocioso fanfarrón que, al tropezar con la diminuta criada apodada la Marquesita, empieza a descubrir una nobleza que no sabía que tenía. Todos estos hilos se tensan alrededor de la tienda y de la persecución de Quilp, cuyas maniobras empujan a los protagonistas hacia decisiones cada vez más desesperadas. El desenlace se construye con un crescendo de emociones y viajes, pero no lo revelaremos: la fuerza de la novela está en acompañar a Nell paso a paso.
La obra es importante porque condensa la sensibilidad victoriana: denuncia la pobreza urbana, el abuso legal y el capitalismo depredador, a la vez que celebra la compasión y la dignidad. Fue un fenómeno de publicación por entregas; multitudes esperaban cada capítulo, prueba del poder del folletín para modelar la cultura popular. Es un clásico inglés por sus personajes memorables (Quilp como villano grotesco; Nell como emblema de inocencia), su mezcla de sátira, melodrama y realismo social, y por la manera en que Dickens convierte calles, puentes y mercados en escenarios vivos donde lo íntimo y lo público chocan. Leerla hoy sigue siendo emocionante: un viaje contra la codicia, a favor del cariño y la resistencia.