El niño que protagoniza esta novela se entromete cuanto quiere en el insensato mundo de los adultos. Vive en un caserón del Patio de Las Brujas, una de las peores calles de la resbalosa y espectral Bogotá del último cuarto del siglo diecinueve. Su familia guarda secretos que ni él mismo, a pesar de su mentalidad retorcida e ingeniosa, llegará a sospechar y que se desatarán con la llegada de un enajenado tío. Las vidas de estos dos personajes, atravesadas por la influencia de la madre, se tocan hasta confundirse en una alternancia bien dosificada entre el sujeto y su doble. Vivirán entre sombras y, quizá sin quererlo, se llevarán a sí mismos, ya la ciudad entera, hasta el extremo del delirio.
Las diecinueve enaguas se teje en una trama audaz y ambiciosa. Y sale muy bien librada de su juego literario. Sus personajes incitan y seducen. Sus palabras no pueden estar mejor escogidas y sopesadas. Es una interpretación burlona y sin concesiones de la Colombia ultramontana de la Regeneración y, sobre todo de las conductas sociales que generó su régimen conservador. La mirada histórica de Mackenzie da vida a una Bogotá en claroscuro y ensimismada, sórdida y enamoradiza que, a pesar del paso del tiempo, parece no ser tan diferente a la ciudad de hoy en día.